La cojera de Max

En un edificio antiguo de un barrio humilde, en un tercer piso sin ascensor, vivía Clara, una joven de 25 años conocida por su amabilidad y su sonrisa perpetua. Compartía su pequeño apartamento con su madre, su novio Javier y Max, un perro mestizo de tamaño mediano que había rescatado de la calle años atrás. La vida no era fácil, pero Clara siempre encontraba la manera de sacar adelante a su pequeña familia con optimismo y esfuerzo.

El incidente

Todo parecía normal hasta aquel día de octubre. Max, que solía ser un perro enérgico y juguetón, comenzó a cojear de su pata trasera izquierda. Clara explicó a sus vecinos que el perro se le había escapado durante el paseo y que un coche lo había atropellado. "Fue un accidente", decía con voz temblorosa, mientras acariciaba a Max, que gemía de dolor. Pero algo en su mirada no cuadraba.

"Los perros no mienten, pero las personas sí. Y a veces, las mentiras esconden secretos demasiado oscuros para ser contados."

Las sospechas

Los vecinos comenzaron a notar cosas extrañas. Clara, siempre tan alegre, parecía más callada, más distante. Javier, su novio, solía ser un hombre tranquilo, pero últimamente se le veía irritable, con moretones en los nudillos y una mirada que helaba la sangre. La madre de Clara, una mujer mayor y frágil, apenas salía de casa, y cuando lo hacía, parecía asustada.

Una noche, un vecino del segundo piso escuchó gritos provenientes del apartamento de Clara. No eran gritos de enfado, sino de dolor. Al día siguiente, Max cojeaba aún más, y Clara insistía en que el perro estaba mejorando. Pero nadie había visto al veterinario entrar en el edificio.

La cojera de Max

La verdad oculta

Lo que nadie sabía era que Max no había sido atropellado por un coche. La cojera del perro era el resultado de algo mucho más siniestro. Javier, el novio de Clara, había comenzado a mostrar un lado oscuro que nadie había visto antes. Celoso y controlador, había empezado a descargar su frustración en Max, golpeándolo cada vez que algo no salía como él quería.

Clara, atrapada en una espiral de miedo y culpa, intentaba proteger a Max, pero no podía enfrentarse a Javier. Su madre, demasiado asustada para intervenir, se refugiaba en su habitación, rezando para que la pesadilla terminara. Y Max, el único ser que no podía hablar, se convertía en el chivo expiatorio de la violencia que se escondía tras las paredes de aquel apartamento.

"A veces, el mal no llega de fuera. A veces, vive en casa, sentado en el sofá, esperando a que apagues la luz."

El desenlace

Una tarde, mientras Clara limpiaba una mancha de sangre en el suelo del baño, se dio cuenta de que no podía seguir así. Max, debilitado y asustado, la miró con esos ojos que parecían decir: "Ayúdame". Esa noche, Clara tomó una decisión. Con lágrimas en los ojos, llevó a Max al veterinario y le contó la verdad. El personal, horrorizado, llamó a las autoridades.

Javier fue arrestado, y Clara y su madre comenzaron una nueva vida lejos de él. Max se recuperó lentamente, pero las cicatrices, tanto físicas como emocionales, nunca desaparecieron por completo. A veces, en las noches más silenciosas, Clara aún puede escuchar los gemidos de Max, recordándole que el mal no siempre tiene forma de monstruo. A veces, es solo un hombre con las manos ensangrentadas y una sonrisa falsa.

"El verdadero terror no está en lo desconocido, sino en lo que conocemos demasiado bien."

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